De filóloga a profesora de español
Me gustaría escribir unas cuantas líneas sobre mi experiencia como profesora de español para extranjeros. Para empezar quiero decir que hasta hace relativamente poco, no me había planteado dar clases de español. Terminé la carrera de filología hispánica con vistas a meterme en el mundo de la traducción y seguro que muchos os preguntareis ahora por qué no hice entonces la carrera de traducción, que parece lo más obvio. Pues bien, me metí en filología porque me parecía una carrera que podía aportarme mucho más en cuanto a conocimientos y cultura, la veía más enriquecedora en todos los sentidos. Y la verdad es que no me arrepiento para nada de haberla escogido.
Empecé a dar clases de español con la idea de que sería algo pasajero, una experiencia más y punto, porque nunca pensé que fuera lo mío. Pero poco a poco me fui dando cuenta de lo equivocada estaba…. Ahora tengo una visión totalmente diferente de la que tenía al principio. Creo que es un trabajo muy gratificante y divertido. Todos los alumnos que he tenido han sido maravillosos y me ha encantado haberles podido dar clase de español. Al principio te observan con mucha curiosidad, están impacientes por ver cómo van a ser las clases, después de unos dos días ya se nota que te aceptan y asimilan tu forma de enseñar y parece que te cogen hasta cariño. Puedes ver todo en sus caras, cuándo están enfadados, distraídos, contentos o cuándo no entienden ni papa. Lo que quiero decir con esto, es que un profesor es más que un simple profesor, un profesor tiene que interesarse siempre por sus alumnos, ver sus reacciones y preocuparse por ellos. Creo que hacía todo lo posible para que sintieran cómodos en las clases, me aprendía enseguida los nombres, procuraba que nadie se quedara con dudas, no obligaba al más tímido a salir a la pizarra si veía que le producía mucho estrés y un largo etc. Observaba la clase y lo más importante para mí era que todos se sintieran a gusto.
Todas estas cosas los alumnos las ven y las valoran mucho y eso hace que sus ganas de aprender también aumenten, porque están en un sitio dónde todos tienen la oportunidad de participar sin presiones. Se trataba de adolescentes, tenían entre 14 y 20 años de edad. Puesto que yo misma ahora tengo 24, puede que ese fuera el motivo por el que tuviéramos más complicidad. Daba cursos intensivos de una o dos semanas en la que los chavales querían aprender pero también divertirse, por eso las clases tenían un carácter bastante lúdico. He realizado con ellos todo tipo de juegos para aprender vocabulario y gramática. En las clases de cultura me he ayudado con diapositivas y videos de internet. Eso captaba enseguida su atención y hacía que la clase fuera más amena y llevadera.
Las clases de conversación eran muy interesantes, siempre tocaba asuntos de actualidad e intentaba estar en la onda. Es increíble cómo aumenta su interés cuándo hablan de algo que les gusta mucho. Siempre intentaba estar al tanto de los cantantes más famosos a nivel mundial (dependiendo de la edad de mis alumnos hablaba de unos u otros) y a partir de ahí desarrollaba un debate sobre la fama o el físico, otro de los temas era el deporte, por ejemplo el fútbol y hablaba sobre los últimos fichajes, sus equipos favoritos y hacíamos un debate sobre el dinero, la vida saludable etc.
Creo que es importante que vean, que nos interesa mucho escuchar sus opiniones. Si los temas son algo polémicos, no veáis como se esfuerzan por decir lo que piensan para defender su verdad, de repente se les olvida el miedo y la vergüenza a hablar.
Tanto es así, que una de sus tutoras que vino a observar la clase se quedó impresionada de cuánto hablaban sus alumnos, ya que en su clase no hablaban casi nada…
Pienso que hay que acercarse a los alumnos, comprenderles, ser amigable con ellos e interesarse por sus aficiones y necesidades. Ellos te lo devolverán cada día con una sonrisa, con sus ganas de aprender y su interés por las clases.